“Que soy era Immaculada Councepciou”
Lourdes
La historia de la Virgen de Lourdes es un relato de amor divino y de milagros inesperados, donde lo celestial se entrelaza con la tierra en una danza sutil de fe y esperanza. Corría el año 1858, cuando en una tranquila mañana de invierno, una joven campesina llamada Bernadette Soubirous se adentró en la fría gruta de Massabielle, un lugar que, hasta entonces, era solo un rincón más en el paisaje de Lourdes, Francia. Pero en esa gruta se estaba gestando un misterio, un milagro que cambiaría la historia para siempre.
Ante los ojos inocentes de Bernadette, se manifestó una figura envuelta en blanco puro, con un velo y un cinturón azul como el cielo, y rosas doradas adornando sus pies, símbolos de amor y consuelo. Era la Virgen María, quien, con dulzura y delicadeza, se presentó ante la humilde joven en 18 ocasiones. Durante la decimosexta aparición, Bernadette, siguiendo las instrucciones del sacerdote local, preguntó a la dama celestial quién era. Fue entonces cuando la Virgen, con una expresión solemne, le dijo en el dialecto local occitano: “Que soy era Immaculada Councepciou” (Yo soy la Inmaculada Concepción). Bernadette, que tenía poca educación y carecía de conocimientos teológicos, quedó desconcertada con esta respuesta y la repitió varias veces en su mente mientras corría para informar al párroco de Lourdes, el padre Peyramale.
"Inmaculada Concepción"
El concepto de la “Inmaculada Concepción” hacía referencia al dogma que sostenía que María fue concebida sin pecado original, y había sido oficialmente proclamado sólo cuatro años antes, en 1854, por el Papa Pío IX. Este dogma era una doctrina compleja y relativamente reciente, desconocida para alguien como Bernadette, quien no podía entender su significado.
Cuando Bernadette le dio el mensaje al padre Peyramale, su reacción fue de asombro y de incredulidad reverente. El sacerdote quedó profundamente impactado, pues sabía que una joven analfabeta como Bernadette no podía haber inventado o comprendido una expresión tan teológica. Para él, fue una confirmación poderosa de la autenticidad de las apariciones, ya que esas palabras sólo podían haber venido de una fuente divina. La noticia pronto llegó a las autoridades eclesiásticas, y, aunque inicialmente hubo escepticismo y recelo, el uso del término "Inmaculada Concepción" por parte de Bernadette ayudó a disipar las dudas.
En una de esas visitas, la Virgen pidió a Bernadette que bebiera de una fuente escondida bajo la tierra. Al cavar con sus manos en la tierra húmeda, el agua comenzó a brotar como un manantial de esperanza, una corriente pura que desde entonces no ha dejado de fluir. Esta agua, sencilla pero milagrosa, ha traído sanación física y consuelo a millones de corazones que buscan la paz.
El Santuario de Lourdes, nacido de esta conexión mística entre el cielo y la tierra, se convirtió en un refugio para quienes buscan la calma en medio de la tempestad. Finalmente, el clero reconoció las apariciones y comenzó el proceso que llevaría a la declaración oficial de la autenticidad de los eventos en Lourdes. Con el tiempo, el sitio se convertiría en uno de los centros de peregrinación más importantes del mundo, y Bernadette fue canonizada en 1933 como santa, en honor a su papel como mensajera de la Virgen de Lourdes.
Hoy, Lourdes no es sólo un lugar en el mapa, sino un símbolo de amor, de fe inquebrantable y de esperanza. Los peregrinos que acuden a la gruta llevan consigo un anhelo profundo, sabiendo que allí encontrarán, aunque sea por un instante, la paz que una vez encontró Bernadette al ver el rostro sereno de la Virgen.